Presencia Global
11 de Noviembre de 2021 | 13:30
Accesibilidad

Salvaescaleras y otros recursos de accesibilidad

Reconozcamos que, en algún momento de nuestra vida, todos hemos subido o bajado las rampas de acceso de un edificio por comodidad, o sencillamente porque nos parece divertido. Sin embargo, esta acción, aparentemente inofensiva, no dista mucho de otras parecidas, como por ejemplo sentarnos en los asientos destinados a personas con bastón en un transporte público, o utilizar los servicios accesibles. La realidad es que estos recursos, al igual que las rampas, no están hechos para nosotros, sino para el colectivo de personas con movilidad reducida. O, ¿Acaso nos subimos en las sillas salvaescaleras cuando vemos alguna instalada a la entrada de una vivienda cualquiera?

Tal vez se deba a que este último artilugio es, si cabe, más específico todavía. Nada tiene que ver con los ascensores, que, en cuestión de movilidad vertical y acceso a las diversas plantas de un edificio, sí se trata de un recurso compartido: las personas con movilidad reducida siguen teniendo preferencia de uso, y más todavía ahora que la pandemia de la COVID-19 ha impuesto limitaciones de aforo; pero las personas sin este tipo de problema también pueden usarlo. No ocurre así con las salvaescaleras, instaladas específicamente para personas que se desplazan en sillas de rueda.

Por eso es tan importante respetarla y, tal vez, reflexionando sobre ello también podríamos reflexionar acerca de por qué deberíamos dejar de subir rampas de acceso o utilizar baños especiales. Cuando se buscan precios de salvaescaleras y se toma la decisión de instalar la más adecuada en las escaleras de un edificio, se está haciendo una inversión en accesibilidad y, por lo tanto, en facilitar la inclusión. No es un premio para las personas que no las necesitan, ni una atracción. Lo mismo ocurre con todo lo demás.

En última instancia, de lo que estamos hablando todo el tiempo es de privilegio. Es un privilegio usar recursos de accesibilidad porque nos parece divertido, y no porque realmente los necesitemos. Los privilegios, además, traen consigo la carencia de empatía, seguramente una ignorancia profunda acerca de las circunstancias vitales de otras personas. Por lo tanto, desarrollar nuestra sensibilidad nunca está de más.